jueves, 24 de septiembre de 2009

Crónica de la ciudad de Caracas



Necesito que alguien me oiga! —gritaba.

—¡Siempre me dicen que venga mañana! —gritaba.

Arrojó la camisa. Después las medias y los zapatos.

José Manuel Pereira estaba parado en la cornisa del piso 18 de un edificio de Caracas.

Los policías quisieron atraparlo y no pudieron.

Una psicóloga le habló desde la ventana más próxima.

Después, un sacerdote le llevó la palabra de Dios.

—¡No quiero más promesas! —gritaba José Manuel.

Desde los ventanales del restorán de la Torre Sur, se lo veía parado en la cornisa, con las manos pegadas a la pared. Era la hora del almuerzo, y éste fue el tema de conversación en todas la mesas.

Abajo, en la calle, se había juntado una multitud.

Pasaron seis horas.

Al final, la gente estaba harta.

—¡Que se decida! —decía la gente.— ¡Que se tire de una vez! —pensaba la gente.

Los bomberos le arrimaron una cuerda. Al principio, él no hizo caso. Pero finalmente estiró una mano, y luego la otra, y agarrado a la cuerda se deslizó hasta el piso 16. Entonces intentó meterse por un ventana abierta y resbaló y cayó al vacío. Al pegar contra el piso, el cuerpo hizo un ruido de bomba que estalla.

Entonces la gente se fue, y se fueron los vendedores de helados y los vendedores de salchichas y los vendedores de cerveza y de refrescos en lata.

Eduardo Galeano/El libro de los abrazos

Por frío que suene el relato, ¡Vaya Eduardo! Qué bien nos has descrito,
"La indiferencia ante el sufrimiento individual hoy reina en el show colectivo"


1 comentario:

La Maga dijo...

Magnífico, Galeano, maestro

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